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Como colofón a la “gran quedada”, por la tarde-noche, tras recorrer Malpica y conocer sus bonitos parajes, todos los personajes se han fotografiado con su jefe en el Centro Cultural. A continuación, el ayuntamiento les ha ofrecido un aperitivo en la sala contigua y ellos han terminado deseándoos a todos un ¡¡FELIZ DÍA MUNDIAL DEL TEATRO!!
No se sabe qué habrá echado Olegario en la paella (parece ser que a propósito, como represalia por haberle hecho trabajar), pero son varios los damnificados tras comerla. Lisarda y Anselmo Berraco las han pasado canutas, pero han llegado a tiempo al Centro Médico y, gracias a la rápida intervención de la enfermera Felipa, que se ha puesto enseguida a su disposición y les ha administrado un antidiarreico ,no se han ido “de vareta”, como dicen por aquí. Los demás han llegado poco después y también se han salvado. Peor suerte ha corrido Pancho que se ha entretenido más de la cuenta y, aunque ya venía por el camino quitándose ropa, previendo lo peor, justo en el momento de llegar, ha soltado “el escopetazo”, como también se dice por estos lares. Peporro, desde dentro, se parte de risa al verlo, estando ya él fuera de peligro. Olvido, por supuesto, se ha enterado y ha venido enseguida a empaparse de todos los detalles, eso sí, bien escondida detrás de la esquina para que no la viese su nuera.
Lisarda, después de recibir a todos los personajes de fuera, ha querido invitar a una paella solo a los personajes de “Los encuentros de Lisarda”, ya que dice que “todos son muchos y la pensión no da pa tanto”. Su hijo Olegario, ha sido el encargado de hacerla; eso sí, obligado por su madre porque él no tenía ganas de trabajar, como siempre. Así que, enfadado, ha hecho huelga a la japonesa haciendo paella para un regimiento. Aquí vemos a algunos de ellos posando a la espera de empezar a devorarla. Bienvenido no está porque ha dicho Eufrasia que, como viniera, se iba ella. (Ya se sabe…, por cuestiones del pasado.) Tampoco está Niceto, que ha preferido no dejar solos a sus paisanos e irse a comer con ellos, a la zona de “la Fuente de los tres chorros”, los chorizos de la matanza que traen en la talega. Aquí sí que no se ha atrevido Olvido a cotillear porque sabe que su suegra la conoce y le va a montar un número si la ve.
Pocholo, el bufón, se lo está pasando en grande, tocando su flauta, cual flautista de Hamelin, a lo largo del precioso paseo que bordea el río Tajo. Sólo que a éste, en vez de ratas, las que le siguen son “cacatúas”. Bartolillo por fin ha conseguido escabullirse de la reina Sofea, que ahora persigue al otro. Ahí vemos al juglar escondido detrás de los troncos que rodean el paseo, temeroso de ser visto. Olvido, a lo lejos, también lo tiene todo controlado.