Es lamentable la línea hacia la que ha derivado la prensa deportiva de nuestro país. Está claro que es mucho más importante la venta de periódicos y los índices de audiencia televisivos que el dar una información veraz y objetiva. Se están cargando la auténtica razón de ser de la prensa en pro de la comercialidad. Lo que interesa es que compren los periódicos los que quieren que les digan lo que quieren oír. Lo que interesa es que vean los programas los que quieren ver ahí a una persona defendiendo a su equipo a capa y espada, lleve razón o no la lleve; produciendo con ello un efecto nocivo para la salud y el buen entendimiento del deporte y contribuyendo de rebote al "borreguismo" de los aficionados. "Cuando se empieza a perder la objetividad, mal empezamos", decía Piqué en unas declaraciones, hace unos días. Y hurgaba más en la llaga, cuando indicaba que, para la prensa catalana "el Madrid todo lo hace mal y el Barcelona todo lo hace bien". Efectivamente así funciona hace mucho tiempo la prensa catalana, pero lo peor de todo es que esa filosofía periodística tan insana y tan irracional cada vez va teniendo más adeptos también entre la prensa madrileña y en general en la de todo el país. Piqué daba una muestra más de que los deportistas, a pesar de ser parte interesada, aportan mucha más coherencia que los que deberían aportarla; como así ocurre también en los programas deportivos de debate donde llevan a futbolistas de invitados y donde los que ejercen de objetivos son ellos y los que deberían ejercer son auténticos forofos. Y lo curioso es que hasta alardean de ello...; se sienten orgullosos de denigrar su profesión de esa manera. Yo entiendo, y supongo que cualquiera, porque es una obviedad, que la cualidad inherente a un periodista debe ser la objetividad, si no..., ¿qué credibilidad puede tener su información?

Pero así están las cosas. Ahora, un periodista que se precie debe ser fanático de un equipo para así poder debatir, o más bien discutir, con su colega fanático del equipo contrario. Muy en la línea de la telebasura que desde hace tiempo se instaló en nuestras pantallas.

No cabe duda que sería injusto generalizar, porque afortunadamente todavía quedan algunos periodistas deportivos objetivos y ecuánimes, pero también es evidente que la corriente de la que hablo se ha propagado considerablemente en los últimos tiempos y, por la naturalidad con que se acepta y se asume por parte de todo el mundo, no tiene visos de arreglo, sino más bien al contrario.